La pollera demasiado corta dejaba al descubierto sus piernas desnudas y la camisa blanca anudada bajo su pecho la hacían ver aún más llamativa de lo que era… no se vestía de esa manera habitualmente, pero ésta había sido una ocasión especial. La mujer subió al ascensor junto a su acompañante. Mientras él apretaba el número del piso a donde se dirigían ella jugueteaba con la llave que tenía en la mano… de un lado hacia el otro. La miró como un depredador a su presa, la forma en que él solía mirar a una mujer que era de su agrado. La tomó con fuerza de la cintura y la sostuvo contra su cuerpo. La mujer sólo atinó a mirarlo a los ojos sin decir palabra, se encontraba en un estado casi hipnótico. Primero se besaron despacio, suavemente… sus labios apenas se rozaban. Y luego la pasión se fue incrementando hasta agitar su respiración.
El ascensor seguía su recorrido sin fin.
Una de sus manos se deslizó por el rostro de ella, enmarcó sus labios y los abrió de a poco para poder apretar los dedos contra sus dientes. La temperatura de ambos cuerpos comenzaba a subir, generando un calor abrasador capaz de incendiar el mismo infierno.
Bruscamente la giró empujándola contra una de las paredes del ascensor. Instintivamente abrió las piernas y se afirmé contra la pared como si fueran a palparla de armas. Con gentileza le corrió el cabello de la nuca. Podía sentir su respiración caliente y eso la excitaba aún más. Le mordisqueó el cuello con delicadeza y ella dejó escapar un gemido… quería darse vuelta, necesitaba besarlo… sentirlo. Pero él no se lo permitió.
Le levantó la pollera lentamente mientras su mano la recorría en su totalidad. Una gota de sudor se deslizaba entre sus pechos… deseosos de poder quitarse la ropa de una buena vez. Pero nada de eso sucedería hasta que no llegaran a la habitación… y el ascensor no paraba de subir, prolongando ese momento… volviéndolo interminable.
Estaba inmóvil, no podía darse vuelta por más que quisiera… como si estuviera clavada al piso. Oyó el ruido del cinturón de él al desabrocharse y al sentirlo tan cerca se estremeció. “Aún no llegamos”, dijo la mujer con voz temblorosa. “Nunca llegaremos a ningún lado”, contestó él. En ese momento ambos cuerpos se convirtieron en uno solo… una oleada de placer la inundó por completo. A su alrededor todo había desaparecido. En un segundo de coherencia entre tanto éxtasis entendió que él tenía razón, jamás llegarían a ningún lado. Ellos eran sólo eso… un instante de puro placer… efímero y a la vez eterno… pero nada más.