
Una ligera presión sobre mi lengua me induce a chuparle el pulgar. Sabe a sal bajo el vino. Cuando me detengo, presiona suavemente, empiezo de nuevo, y sólo cierro los ojos cuando mi vientre se funde.
Sonríe al recuperar el pulgar. Extiende la palma de la mano sobre mi plato y dice:
—Sécame.
Le envuelvo la mano en mi servilleta como si restañara sangre. En lugar del sándwich, que todavía no he tocado, me veo a mí misma, atada a la cama, atada a la mesa del comedor, atada a las patas del lavabo en el cuarto de baño, las mejillas encendidas por el vapor mientras él se ducha; escucho el rugido del agua, siento el cosquilleo de las gotitas de sudor en mi labio superior, tengo los ojos cerrados, la boca abierta; atada y desnuda, atada y reducida a un solo frenesí: anhelando más.
—No lo olvides —dice—. Quiero que, a veces, a lo largo del día, recuerdes cómo es cuando...
Y añade:
—Bébete el café.
Bebo a sorbitos, decorosamente, el líquido tibio, como si me hubieran dado permiso para hacerlo. Me saca del restaurante. Dos horas más tarde, me rindo y le llamo. El hechizo aún no se ha roto. Me he pasado el tiempo mirando el calendario, mirando por mi ventana hacia la parrilla de ventanas que hay al otro lado de la calle.
Elizabeth McNeil
Mierda!
ResponderEliminarPodés dejarte el sombrero puesto :)
(Qué chiste malísimo) :P
Después pasámelo que quiero leerlo! Parece interesante! ;-)
ResponderEliminarBesos!
beautiful blog you have!:)Whats your favorite cookie?
ResponderEliminarimpresionado por tus textos...son bellos...
ResponderEliminar