
Cuando la cena estaba lista, llenaba completamente un solo plato.
Yo me sentaba a sus pies, atada a una pata de la mesa. Tomaba un bocado de fettucini y me daba otro a mí; pinchaba con el tenedor una buena porción de lechuga de Boston, me la llevaba hasta la boca, me la limpiaba, primero la mía y después la suya, del aceite de la ensalada. Un trago de vino, y luego él me bajaba el vaso para que yo bebiera de él. A veces lo inclinaba demasiado, de forma que el vino se derramaba sobre mis labios y me caía por ambos lados de la cara, sobre el cuello y los pechos. Entonces, se arrodillaba delante de mí y chupaba el vino que caía en mis pezones.
Jamás salíamos, y sólo veíamos a los amigos a mediodía. En varias ocasiones, rechazó invitaciones por teléfono, poniendo los ojos en blanco y mirándome mientras explicaba solemnemente que estaba agobiado de trabajo, y yo reía como una tonta. Por lo general, durante nuestras veladas, yo estaba atada al diván o a la mesa de café, a su alcance.
Elizabeth McNeil
Siempre es bueno tener una chica atada a la mesa de café, por las dudas... :)
ResponderEliminarQué relación jodida!!! Se sale de una relación así???
ResponderEliminarBesitos, Ve! Que estés bien!
Anita.