lunes, 14 de septiembre de 2009

9 semanas y media (fragmento)

Nuestras veladas pocas veces variaban. Me preparaba el baño, me desnudaba, me ponía las esposas. Yo me quedaba en la bañera mientras él se cambiaba de ropa y empezaba a preparar la cena. Cuando quería salir del agua, le llamaba. Me ayudaba a incorporarme, me enjabonaba lentamente el cuerpo, me aclaraba y me secaba. Soltaba las esposas, me ponía una de sus camisas —velarte blanco, rosa o azul pálido, camisas para llevar con traje, cuyas mangas me cubrían las puntas de los dedos, una camisa limpia, recién traída de la lavandería china, todas las noches—, y volvía a ponerme las esposas. Le observaba mientras preparaba la cena.

Cuando la cena estaba lista, llenaba completamente un solo plato.

Yo me sentaba a sus pies, atada a una pata de la mesa. Tomaba un bocado de fettucini y me daba otro a mí; pinchaba con el tenedor una buena porción de lechuga de Boston, me la llevaba hasta la boca, me la limpiaba, primero la mía y después la suya, del aceite de la ensalada. Un trago de vino, y luego él me bajaba el vaso para que yo bebiera de él. A veces lo inclinaba demasiado, de forma que el vino se derramaba sobre mis labios y me caía por ambos lados de la cara, sobre el cuello y los pechos. Entonces, se arrodillaba delante de mí y chupaba el vino que caía en mis pezones.

Jamás salíamos, y sólo veíamos a los amigos a mediodía. En varias ocasiones, rechazó invitaciones por teléfono, poniendo los ojos en blanco y mirándome mientras explicaba solemnemente que estaba agobiado de trabajo, y yo reía como una tonta. Por lo general, durante nuestras veladas, yo estaba atada al diván o a la mesa de café, a su alcance.

Elizabeth McNeil

2 comentarios:

  1. Siempre es bueno tener una chica atada a la mesa de café, por las dudas... :)

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  2. Qué relación jodida!!! Se sale de una relación así???
    Besitos, Ve! Que estés bien!
    Anita.

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