viernes, 9 de octubre de 2009

Sujeta al poste de la cama y con la cabeza gacha, parecía perdida. ¡Y tan encantadora, tan seductora! No necesitaba ser una bruja para embrujarme.

—Tú me deseas —dijo con suavidad—, tómame. Te daré algo que hará hervir tu sangre más quecualquier droga. —Levantó la mirada con los labios temblorosos, como si fuera a echarse a llorar.

—¿Y qué es? —pregunté.

—Que te deseo, que me pareces hermoso y tengo ansias de ti...

(La hora de las brujas - Anne Rice)

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