Aleteo descontrolado

Ella no lo sabía. No tenía idea que en su interior habitaban mariposas. Primero no lo creyó, no era posible. Tampoco le creyeron los demás, pero ahí estaban. Las sentía revolotear causándole diferentes molestias: dolor de cabeza un día, dolor de estómago otro.
Las mariposas que vivían en ella estaban aburridas de su vida sin sobresaltos, de su encierro y sus rutinas.
Hasta que apareció él.
Las mariposas no entendieron bien qué estaba ocurriendo. Cambiaron de color, sus alas crecieron... sintieron que ese cuerpo les pertenecía y tomaron el control. Durante meses la mujer se resistió. Intentó volver a ser la de antes, reprimir las mariposas... extrirparlas por completo. Mas no pudo hacerlo... terminó por entregarse a ellas... y a él también.
Desde ese momento, cada vez que él está por llegar, las mariposas aletean libres en su estómago... pero ya no le causan dolor sino alegría. Tanta es su dicha, que algunos aseguran haber visto como una mariposa violeta se le escapaba de la boca al hablar con él por teléfono, y volaba alto hasta perderse de vista.
Es muy común escucharla suspirar durante el día, y aún más en la noche al recordar los momentos que pasaron juntos. Esa sensación única y maravillosa que recorre cada fibra de su ser cuando él la acaricia, la besa... la posée por completo. Ella cierra los ojos y se deja llevar, imaginando que él está a su lado. Las imágenes la invaden... las mariposas se agitan con inquietud. Piensa en la tibieza de su cuerpo desnudo sobre el suyo, sus manos apretándola con firmeza, sus besos recorriéndole los pechos... y bajando más, un poco más...
Las mariposas se enloquecen, entonces. Chocan entre ellas y desaparecen... pero siempre vuelven... de un violeta intenso y más hermosas que antes.